Trazos de perspectiva que parten interminables hacia punto de fuga perdido en el horizonte, lejano como la utopía, que a su vez delimitan añejos muros cubiertos de hiedra.
Crucigramas de cables que bailan en el cielo, como pesados cortinajes que protegen las fachadas. Elegantes cúpulas que flotan sobre el hermoso y abigarrado entramado arquitectónico, mientras vehículos y peatones circulan de arriba para abajo, como dando vueltas en un laberinto concéntrico, a veces alejándose para perderse en ese mismo, misterioso horizonte inalcanzable.
Son las innumerables perspectivas del centro histórico, un deslumbrante mural en tonos ocre y ladrillo, salpicado por los árboles que bordean las banquetas, y por las plantas que emergen victoriosas entre las viejas paredes de los caserones abandonados.
Un ir y venir de formas y geometrías, un desfilar interminable de años, décadas y siglos, el sueño de un arquitecto demencial enamorado de la infinidad. Las hermosas perspectivas del centro histórico.
Texto y fotos: Alejandro Arriaza
